La Familia
Una Proclamación para el Mundo
La Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles de La Iglesia
de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días
Nosotros, la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles
de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días,
solemnemente proclamamos que el matrimonio entre el hombre y la mujer es
ordenado por Dios y que la familia es fundamental en el plan del Creador
para el destino eterno de Sus hijos.
Todos los seres humanos, hombres y mujeres, son creados a la imagen de Dios.
Cada uno es un amado hijo o hija procreado como espíritu por padres
celestiales y, como tal, cada uno tiene una naturaleza y un destino divinos.
El ser hombre o el ser mujer es una característica esencial de la
identidad y del propósito premortales, mortales y eternos de la persona.
En el mundo premortal, hijos e hijas, procreados como espíritus, conocieron
a Dios y lo adoraron como su Padre Eterno, y aceptaron Su plan por medio
del cual Sus hijos podrían obtener un cuerpo físico y ganar
experiencia terrenal para progresar hacia la perfección y finalmente
lograr su destino divino como herederos de la vida eterna. El divino plan
de felicidad permite que las relaciones familiares se perpetúen más
allá del sepulcro. Las ordenanzas y los convenios sagrados disponibles
en los santos templos hacen posible que las personas regresen a la presencia
de Dios y que las familias sean unidas eternamente.
El primer mandamiento que Dios les dio a Adán y a Eva se relacionaba
con el potencial que, como esposo y esposa, tenían de ser padres.
Declaramos que el mandamiento de Dios para Sus hijos de multiplicarse y henchir
la tierra permanece en vigor. También declaramos que Dios ha mandado
que los sagrados poderes de la procreación han de emplearse sólo
entre el hombre y la mujer legítimamente casados como esposo y esposa.
Declaramos que los medios por los cuales se crea la vida mortal son divinamente
establecidos. Afirmamos la santidad de la vida y su importancia en el plan
eterno de Dios.
El esposo y la esposa tienen la solemne responsabilidad de amarse y de cuidarse
el uno al otro, así como a sus hijos. “…herencia de Jehová
son los hijos” (Salmo 127:3). Los padres tienen el deber sagrado de criar
a sus hijos con amor y rectitud, de proveer para sus necesidades físicas
y espirituales, y de enseñarles a amarse y a servirse el uno al otro,
a observar los mandamientos de Dios y a ser ciudadanos respetuosos de la
ley dondequiera que vivan. Los esposos y las esposas, las madres y los padres,
serán responsables ante Dios del cumplimiento de estas obligaciones.
La familia es ordenada por Dios. El matrimonio entre el hombre y la mujer
es esencial para Su plan eterno. Los hijos merecen nacer dentro de los lazos
del matrimonio y ser criados por un padre y una madre que honran sus votos
matrimoniales con completa fidelidad. La felicidad en la vida familiar tiene
mayor probabilidad de lograrse cuando se basa en las enseñanzas del
Señor Jesucristo. Los matrimonios y las familias que logran tener
éxito se establecen y se mantienen sobre los principios de la fe,
de la oración, del arrepentimiento, del perdón, del respeto,
del amor, de la compasión, del trabajo y de las actividades recreativas
edificantes. Por designio divino, el padre debe presidir la familia con amor
y rectitud y es responsable de proveer las cosas necesarias de la vida para
su familia y de proporcionarle protección. La madre es principalmente
responsable del cuidado de sus hijos. En estas sagradas responsabilidades,
el padre y la madre, como compañeros iguales, están obligados
a ayudarse el uno al otro. La discapacidad, la muerte u otras circunstancias
pueden requerir una adaptación individual. Otros familiares deben
brindar apoyo cuando sea necesario.
Advertimos que las personas que violan los convenios de castidad, que maltratan
o abusan de su cónyuge o de sus hijos, o que no cumplen con sus responsabilidades
familiares, un día deberán responder ante Dios. Aún
más, advertimos que la desintegración de la familia traerá
sobre las personas, las comunidades y las naciones las calamidades predichas
por los profetas antiguos y modernos.
Hacemos un llamado a los ciudadanos responsables y a los funcionarios de
gobierno de todas partes para que fomenten aquellas medidas designadas a
fortalecer a la familia y a mantenerla como la unidad fundamental de la sociedad.
El presidente Gordon B. Hinckley leyó esta proclamación como
parte de su mensaje en la Reunión General de la Sociedad de Socorro,
que se llevó a cabo el 23 de septiembre de 1995, en Salt Lake City,
Utah, EE. UU.
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